UNA FORMA DE RESISTENCIA, LUIS GARCÍA MONTERO

Fray Leopoldo
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Fray Leopoldo lo hace a barba descubierta, y con una complicidad muy amable. No era santo de mi devoción, porque en mi familia se contaba una historia siniestra. Paseaba mi abuela por las calles de la ciudad con una hija recién nacida en brazos, cuando se encontró con el fraile en cualquier esquina de sus andanzas caritativas. Saludó a mi abuela, miró a la niña y con voz triste se apiadó de ella, comentando que Dios la iba a llamar muy pronto a su seno. A los pocos días hubo que enterrar a la niña, así que resulta fácil entender el resquemor de mi infancia ante la barba blanca y la figura venerable de este emisario de Dios. Pero hace años que aprendí a hablar con él sin miedos. Todo empezó una noche de 1988, cuando sonó el timbre de la casa y mi hija Irene corrió por el pasillo para abrir la puerta. Volvió muy nerviosa afirmando que acababa de llegar Fray Leopoldo. Era el poeta Ángel González, que, la verdad, se parecía bastante al fraile.
Creo que en las ideas sobre la santidad de Irene pesa mucho la experiencia de aquella noche en la que Fray Leopoldo fumó como un carretero, bebió como un cosaco y recitó versos muy subidos de tono sacados de los viejos cancioneros. Ángel le regaló después a la niña una figurita de Fray Leopoldo, que pasó a formar parte de la familia. Soy yo el que más hablo con él, y suelo preguntarle si ha dejado de fumar, o si quiere otro whisky, o si le apetece recitar la canción de la monjita que con afán prolijo...

1 comentario:

Zamarat dijo...

Qué bien pinta! Gracias por el fragmento. voy a ver si me hago con el libro completo. Abrazo