Una
vez, una niña, en un intento desesperado por asirse a otra materia, por notar
la calidez de otro cuerpo, se abrazó con fuerza a su jarra de agua. Apretó los
brazos, rodeando esa perfecta burbuja de cristal hasta el punto de querer
hacerle añicos.
De
repente, la jarra voló en mil pedazos y la niña quedó inmóvil, abrazando el
agua. Todo su cuerpo se estremeció. Sus extremidades temblaban. El agua la bañó
en un segundo y la niña pensó que no había nada más intenso que ese momento.
Así es
como se dio cuenta de que, en realidad, el cuerpo que añoraba abrazar era el
suyo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario