El motivo de la llamada era difícil de explicar: ¿asesinato? ¿suicidio? ¿pelea callejera? Sobraban las palabras. Mi padre me miraba decepcionado, esperando una respuesta que nunca llegaría. Lo sé, no me mires así, yo sólo quería ayudar... por favor, no me mires más, no lo soporto, no te soporto...
Aquella noche nadie encendió la televisión. Nadie se atrevió; era demasiado evidente que la muerte estaba entre nosotros, bebiendo vino tinto y comiendo tortilla de patata. Casi nos hacía daño respirar, mirarnos, olernos unos a otros.
Al día siguiente desaparecí y ahora ya no sé  muy bien cómo me llamo ni dónde estoy. Tampoco sé si maté a ese hombre. Quizás fue él quien me mató a mí, quizás él me clavó el cuchillo, lentamente, haciéndome sufrir mientras murmuraba con odio:
- No te preocupes. Lo hago por tu bien... Te quiero.

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