Dos niños juegan a amarse
y hacen cosas de mayores,
cosas que no entienden
pero que parecen grandes.
Se ríen de la noche y del día
porque el tiempo de los dos
es un tiempo para niños,
rápido,
travieso,
espontáneo,
que los hace crecer y creer,
creerse.

Dos niños juegan a amarse
con las palabras y los cuentos,
pero ni siquiera saben
que los cuentos son de verdad
-ellos simplemente inventan-
y su amor se transforma
en una gran poesía -caricia-
que los reconforta.

Dos niños juegan a amarse
con la media sonrisa de él,
con la mirada atenta de ella,
con la locura de ambos.
Juegan a ser mayores
pero no pierden la esperanza
en quedarse siempre así,
pequeños, sensibles, totales.

Dos niños juegan a amarse
como si fuéramos nosotros.

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