Los que se fueron, los que se han ido,
jugueteando al borde del precipicio,
lloviendo a cántaros
sobre acuarelas de paisajes
de madres sin sus hijos
o de hijos perdidos
o de hijos de exiliados.

Los que se han ido 
me recuerdan el odio que tienen,
la poca memoria guardada
en algún libro.
Y mienten pero nos hablan en pasado
porque camuflan los verbos
con las metáforas
a través de la sangre 
y del tiempo.

Los que se fueron 
todavía están entre nosotros
y piensan que no tenemos escapatoria.
Pero nosotros no nos hemos ido:
nuestras mentes siguen aquí, ahora,
primas, hermanas, amigas, unidas
para no perder el norte
más aún
encontrarnos con el sur.

Después de la tormenta 
siempre llegarán los gritos 
sin voces concretas ni nombres propios,
la calma refugiada en cuerpos cambiantes,
el corazón solidario que pide poesía o paz.

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