Que todo lo que cubren tus manos
es el horizonte rojo o blanco
según tú quieras verlo o esconderte
 porque no es lo mismo correr hacia él
y admitir que nunca habías visto 
algo tan vacío, superado de sueños,
sobrepasado de imágenes, acuarelas, 
vidrieras.

Que todo lo que cubren tus manos
te protege del mundo exterior
sabiendo que nada es lo que parece:
los cuerpos son sólo sombras,
las sombras se hacen añicos
como si fueran tarros de cristal.

Y ahí está la meta.
O algo parecido al suicidio
de la utopía.

La línea inseparable entre
el cielo y el mar.
La línea que se escapa
entre tus dedos.

La ilusión.

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