Empezaré por el principio: la chica del gorro
azul es una asesina en serie. Tiene unos pies diminutos, todos los meses se
hace la manicura y va a la peluquería, pero mata a destajo por encargo sin
compadecerse de nadie.
El mayor motivo por el que mujeres y hombres
la contratan para asesinar a otras mujeres y a otros hombres es el amor. La
chica del gorro azul es una experta en eso que llama el crimen pasional. Sólo
en dos ocasiones trabajó por otras causas, política y dinero, y la tarea en
ambas le resultó costosa, casi traumática, llegando incluso a dejar a sus
víctimas en un estado de agonía y desesperación (la peor forma de finalizar un
trabajo como el suyo).
Pero, como digo, la chica del gorro azul es
una experta en lo que se refiere a “asuntos amorosos”, como le gusta llamarlos.
Discreta, sencilla, se mete en la vida de las personas o las manipula a su
antojo, como una diosa jugando desde su mesa de escritorio con sus cuadernos de
notas y su ordenador. Ama si tiene que amar, odia si la pagan por odiar,
mantiene la mente fría. Por eso siempre vence.
Un día, recibe una llamada anónima. Una voz
de mujer (cerca de los cuarenta, calcula) la requiere urgentemente. Va detrás
de una chica que al parecer suele llevar un gorro azul como distinción pero
pasa totalmente desapercibida entre la multitud, y es peligrosa. Tiene pocos
datos, aunque son suficientes. La chica del gorro azul no se lo piensa dos
veces. Coge todo su dinero, algo de ropa y huye de la ciudad. Por la carretera
se observa cómo un gorro azul sale disparado de la ventanilla de un taxi.
Hace poco escuché rumores acerca de una chica
bastante enigmática que vive no muy lejos de aquí y que tiene la costumbre de
llevar un gorro verde… Esta será otra historia. La verdadera.
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